El más grande actor de la historia en la única película que dirigió. Exuberancia en el tratamiento de las imágenes a la vez que en el de los temas, el principal de los cuales --la dualidad inherente a toda naturaleza humana-- trasciende el amplísimo marco del género Western y se instala en el panteón de las más geniales discusiones filosófico-morales jamás realizadas desde que el cine es cine. Obra maestra que, por suerte, no pudo hacer Kubrick (terminó peleado con Brando, gestor original del proyecto), quien a pesar de su inmenso talento habría dirigido una épica apasionante pero menos apasionada, menos gloriosamente imperfecta que la que ahora comentamos. Música de Hugo Friedhofer, impagable fotografía de Charles Lang --que las insultantes ediciones en video no permiten apreciar en su justa medida--, e interpretaciones memorables de la inolvidable Pina Pellicer, un villanísimo Ben Johnson y, especialmente, Karl Malden en un rol digno de Shakespeare.
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