viernes, 28 de septiembre de 2012

Spartacus (1960)


Producida por Kirk Douglas y dirigida por Stanley Kubrick (entonces ya responsable de dos obras maestras: The Killing y Paths of Glory), esta influyente cinta épica ha envejecido muy bien, contra los pronósticos de un rodaje accidentado, una recepción controvertida y, no menos importante, las tensas relaciones entre sus dos principales artífices. El legendario Espartaco (Douglas) es el gladiador que lidera la masiva revuelta de esclavos que logra poner en jaque a Roma (entonces todavía república), mientras las intrigas senatoriales entre patricios y representantes de la plebe involucran a personajes decisivos como Craso (Laurence Olivier), Graco (Charles Laughton) y un tal Julio César (John Gavin), joven promesa del Estado. Un elenco tan de lujo (Jean Simmons, Tony Curtis, Woody Strode, John Ireland lo completan) se vio recompensado con un Oscar para Peter Ustinov --que en este género lo debió obtener más bien por su inolvidable Nerón en Quo Vadis (1951); Douglas y (especialmente) Olivier no obstante, el favorito del cronista es Laughton, mientras que Gavin resulta acaso demasiado guapo e inexpresivo si se quiere una versión ajena a Hollywood de César. Simmons y Olivier se reencuentran diez años después de Hamlet. El guión de Dalton Trumbo, ética y psicológicamente inteligente, le da a la cinta la personalidad que en la pantalla se disputan el honor de moldear la retraída dirección de Kubrick y la convencional labor ejecutiva de la Bryna de Douglas. No me parece lo mejor de Alex North --estaríamos hablando, entonces, de A Streetcar Named Desire--, pero el tema central es emocionante, como lo es, y profundamente, el tema de amor; similar opinión merece el largometraje en sus mejores momentos, que son variados, y en general.

domingo, 23 de septiembre de 2012

Vicky Cristina Barcelona (2008)


El genio de Woody Allen nos lleva a España para contarnos esta aventura agridulce de dos muchachas americanas y el amor. Vicky (la íntima Rebecca Hall) es el álter ego del maestro neoyorkino, neurótica y ultrarracional; Cristina (Scarlett Johansson) es romántica y anticonvencional; cuando lleguen a Barcelona, ambas empezarán a descubrir que quizá no sean exactamente lo que son o parecen ser…, ¿o sí? Javier Bardem es el pintor abstracto que las guía en este viaje de autodescubrimiento, concretamente por llevárselas a la cama. La sorpresa es Penélope Cruz, efectiva en su oscarizado rol --no obstante, yo le habría reservado la estatuilla a Hall. Fotografía Javier Aguirresarobe, y suena aquel clásico inmortal que es el “Entre dos aguas” de Paco de Lucía. Un Allen acaso menor pero, eso sí, mejor que otros como Melinda and Melinda o Sweet and Lowdown, mucho más original y oportunamente maduro.

 

miércoles, 12 de septiembre de 2012

Antichrist (2009)


Cuando el espectador más o menos advertido se acerca a una película de Lars von Trier con el título señalado, no espera o busca encontrarse con una pieza de género, ni aunque fuera de la misma línea de obras maestras como The Omen (1976). Sin embargo, la terrible hermosura plástica de unas imágenes bastante depresivas y, finalmente, forzadamente pesadillescas (sobre todo para la pareja protagónica, interpretada por unos colosales Willem Dafoe y Charlotte Gainsbourg), apela demasiado tiempo al recurso de lo atmosférico, y uno llega a lamentar que, en algún sentido, esta historia literalmente desnuda de unos esposos que pierden el resto de justificación existencial mutua que les quedaba (a raíz de una tragedia que los lleva a un bosque conocido como Eden), era en potencia una cinta con más posibilidades expresivas que Melancholia (2011)*. Y, pese a su abstracción y teatralidad exasperantes --practicadas desde films como Dogville (2003), deberíamos recordar--, el siempre calculado y ambiguo esteticismo de Von Trier nos obsequia con Händel en otro de sus prefacios antológicos.

 

*Von Trier querría haber canalizado el espíritu de Antonioni en su tratamiento de la incomunicación y el aislamiento insalvables, pero su descripción del instinto destructivo de los seres humanos sólo consiguió evocar (una vez más) la pedante pretenciosidad de Bergman en Persona (1966): véase el inevitable closeup del coito durante el prólogo, ofrecido en este artículo.