Producida
por Kirk Douglas y dirigida por Stanley Kubrick (entonces ya responsable de dos
obras maestras: The Killing y Paths of Glory), esta influyente cinta épica ha
envejecido muy bien, contra los pronósticos de un rodaje accidentado, una
recepción controvertida y, no menos importante, las tensas relaciones entre sus
dos principales artífices. El legendario Espartaco (Douglas) es el gladiador
que lidera la masiva revuelta de esclavos que logra poner en jaque a Roma
(entonces todavía república), mientras las intrigas senatoriales entre
patricios y representantes de la plebe involucran a personajes decisivos como
Craso (Laurence Olivier), Graco (Charles Laughton) y un tal Julio César (John
Gavin), joven promesa del Estado. Un elenco tan de lujo (Jean Simmons, Tony
Curtis, Woody Strode, John Ireland lo completan) se vio recompensado con un
Oscar para Peter Ustinov --que en este género lo debió obtener más bien por su
inolvidable Nerón en Quo Vadis (1951); Douglas y (especialmente) Olivier no obstante,
el favorito del cronista es Laughton, mientras que Gavin resulta acaso
demasiado guapo e inexpresivo si se quiere una versión ajena a Hollywood de
César. Simmons y Olivier se reencuentran diez años después de Hamlet. El guión
de Dalton Trumbo, ética y psicológicamente inteligente, le da a la cinta la
personalidad que en la pantalla se disputan el honor de moldear la retraída
dirección de Kubrick y la convencional labor ejecutiva de la Bryna de Douglas.
No me parece lo mejor de Alex North --estaríamos hablando, entonces, de A
Streetcar Named Desire--, pero el tema central es emocionante, como lo es, y
profundamente, el tema de amor; similar opinión merece el
largometraje en sus mejores momentos, que son variados, y en general.
viernes, 28 de septiembre de 2012
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