La hondamente fascinante película de Stanley Kubrick --su
póstumo magnum opus, verdadera summa de una filmografía tan breve como
necesaria-- fue y sigue siendo objeto de teorías
conspirativas que refuerzan ese halo más que maldito, terroríficamente inquietante,
nacido para matar los dulces sueños de los hombres tranquilos. Fuese o no
asesinado Kubrick por la CIA debido a su exposición de las sociedades secretas
de los ricos y poderosos, lo cierto es que la infame escena de la orgía, con
ese preludio de satánica misa negra como centro de un abismo, tiñe de maleficio
cada fotograma circundante, desde el inicio hasta el final de un film que hace
bis de Dmitri Shostakovich y de Gyorgy Ligeti. Sin embargo, las exóticas composiciones
musicales para la diabólica mascarada --aquel piano minimalista de Ligeti, con
la obsesiva lentitud de una pesadilla, y un irónico “Strangers in the Night”
instrumental, aparte-- las firmó Jocelyn Pook (autora además de las piezas para
las recurrencias masoquistas del protagonista y el intrigante relato onírico de
su mujer, respectivamente), violinista que también se encargó de la
interpretación en compañía de su Ensemble.
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