Luego de perder su puesto de trabajo en el MoMA por culpa de Dalí y de que --si hemos de creerle-- Hollywood se apropiara gratuitamente de una idea suya para The Beast with Five Fingers (1946), el título con que Buñuel retornó al cine (si bien ahora de un talante industrial más o menos indiscutible) después de Las Hurdes (1933), el documental que cerró su inaugural, revolucionaria etapa francófona, fue un vehículo para el exclusivo lucimiento de los cantantes y estrellas Jorge Negrete y Libertad Lamarque. Tal cinta, pese a problemas en su recepción que han subsistido hasta hoy, es cuando menos un melodrama musical realizado con básica solvencia, que ofrece la gracia de su pareja protagónica e, inclusive, algún brevísimo apunte personal propio del Padre del Surrealismo fílmico. En México Buñuel llevaría a cabo casi veinte largometrajes, una producción cuantitativamente superior a la de su estadía en otros países que, naturalmente, resultó en varias de sus obras maestras unánimes: Los olvidados (1950), Él (1953), Nazarín (1959), El ángel exterminador (1962). En Gran Casino las convenciones y los estereotipos se hallan a la orden del día, sin que el maestro pueda hacer nada que no sea devolver una comisión ajustada y deliberadamente torpe; sin embargo, la rumbera Meche Barba y el matón Alfonso Bedoya en el reparto, además de la melodiosa banda sonora, dan fe de un entretenimiento asegurado.
miércoles, 1 de enero de 2014
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