Así como su colega John Cassavetes se permitía
la diablura masoquista de un literalmente explosivo final para el Brian de
Palma más pasado de rosca (justo después de Carrie), Leonardo Favio ejercía de
argentino trovador para toda una generación de mamás (incluida mi mami preciosa)
colgadas del romanticismo simple y casi insufrible (no obstante sensacional y
subjetivamente conmovedor) de versos inolvidables como hoy corté una flor (y llovía, llovía). El grecoamericano era menudo
y avisado, y a menudo avezado, como en The Dirty Dozen y The Killers; mientras
que el cantante sin apellido --a la Angelina Jolie Voight-- era un gitano
robusto de pañoleta roja y gorgoritos característicamente graves o más bien
grávidos --¿Sandro anyone?--, en todo caso efectivos: y yo te iré contando tantas cosas bonitas... Ambos lo hacían por
amor al arte, no hay duda, pues Leonardo Favio financió con aquellos éxitos
radiales los equivalentes rioplatenses de Faces o Minnie and Moskowitz,
legando una filmografía independiente y autóctona que ha creado escuela en esta
parte del mundo.
No en vano hemos mencionado aquella genial
adaptación que Don Siegel consiguió del relato breve fundacional de la série
noire tipeado de pie por Hemingway: en Gatica, el mono, el boxeador como figura
arquetípica, identificatoria de toda una mitología, reaparece con brío clásico en el
ámbito del cine hispanoamericano. Biografía del campeón José María Gatica, se
trata de una épica realista y estilizada, con la que el director (fallecido en
noviembre de 2012) volvió de un prolongado retiro. El melodrama humano a la vez que arrabalesco, de gran guiñol, de su antihéroe sirve a una compasiva y, no obstante, honesta mirada en las miserias de una nación. La cámara de Favio prefiere, por eso, a la par que auscultar el temperamento psicológicamente complejo, revanchista y egocéntrico de Gatica, posarse en los eventos que suceden tras las bambalinas, aun en las sombras o en las exhalaciones de una crónica histórica hábilmente asimilada al ascenso e inevitable caída de un emblema no sólo nacional: también Favio era un peronista convicto. Iluminadoras son, en las escenas deportivas, las asociaciones entre el pugilato y el ritual católico --las cuales, como algunos otros elementos en la película, remiten a la modélica Raging Bull--, así como, en el privilegiado nivel privado, la descripción de la decadencia vital de Gatica en términos de una estética conscientemente tremendista. La interpretación dúctil e histriónica de Edgardo Nieva en el rol titular es nada menos que espectacular. "Tanguera", que después de ver la obra maestra de Favio el lector no podrá dejar de identificar en este arreglo, fue una composición de Mariano Mores, cuya música también forma parte de la comercialmente inédita Perón, sinfonía del sentimiento, del propio Favio. *****/*****
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