viernes, 14 de noviembre de 2014

Bilitis (1977)


Celebración de la niña-mujer y su belleza a un tiempo efímera y eterna, y de Patricia D’Arbanville (nacida en 1951) en particular, este retrato no puede evitar quedarse en la idealización sin pasar jamás a los matices psicológicos del sujeto --una feminidad añorada y capturada por la prodigiosa fotografía del director David Hamilton, quien acaso no tiene más intenciones que las mostradas. De todas maneras, y pese a la encantadora actuación de D’Arbanville, la pubertad intocable y sáfica --aunque no existe mayor relación con Les chansons de Bilitis, de Pierre Louÿs-- de la protagonista permanece abocetada en apuntes que son frustrantes por lo que parecen prometer; quizá un montaje más ceñido a las virtudes estéticas de Hamilton habría resultado en una película adecuadamente breve, con menos relleno, con una trama más extraordinaria que la que sigue a una niña excepcional en sus vacaciones en casa de una ex pupila de su internado, pero el metraje (in)suficiente está ahí como prueba de una poética/erótica visual sugerente como pocas, hecha de luz y color evocadores --ese estilo soft-focus único de su artífice-- y, por qué no, de esas pasionales notas del pentagrama con que Francis Lai redondea el delicado, exquisito carácter impresionista del conjunto. Más que la propia Bilitis, el espectador marcado por la inocencia de esa infancia otra, esa distante presencia del género opuesto en su preciso estallido constante y fugitivo, echa de menos las sombras que se entrecruzan en los espacios idílicos de un escenario ya y para siempre vacío. El film: 3/5 La música: 5/5




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