viernes, 26 de junio de 2015

Adiós, James Horner (1953-2015)

Horner y Celine Dion, responsables del soundtrack de Titanic

Desde que el mundo confirmó la noticia de que el piloto fallecido en un accidente aéreo el lunes pasado no era otro que uno de los más importantes compositores musicales de nuestra era, los merecidos homenajes no se han hecho esperar. Esta brevísima nota pretende dar cuenta de una magnitud artística sentida bastante subjetivamente. Todos los titulares y listas, por supuesto, consideran necesario (y con justicia) ligar el nombre de Horner por siempre a la épica tragedia romántica de 1997 que le reportó sus dos únicos Oscars (para Mejor Música Original y Mejor Canción Original, la incandescente "My Heart Will Go On"), una obra orquestal de belleza sublime e inmarchitable. No obstante, entre los maravillosos scores para An American Tail (incluida otra canción en la mejor tradición del pop hollywoodense, "Somewhere Out There"), Braveheart (el patriotismo celta vuelto himno de libertad universal, algo que los genes escoceses de este cronista agradecen con ebullición) y aun The Name of the Rose (adaptación por otro lado absolutamente indigna de la inmortal novela homónima de Umberto Eco) --trabajos muy notables y que menos que más han hallado un lugar en artículos, ensayos y demás honras póstumas--, pocos parecen haber recordado el que es mi título favorito del músico: su partitura para la melodramática épica Legends of the Fall (1994). 

Inclusive el clásico género de músculos hipertrofiados de los '80s queda en deuda con el autor de A Beautiful Mind

En esta saga sobre un patriarcado en cuyo seno tres hermanos se disputan el corazón de una mujer (por más que ésta sea Julia Ormond), todo es excesivo: ...pero legítimamente. Desde los (por una vez justificados) gritos estentóreos de un Anthony Hopkins descansando de Hannibal Lecter y la pasión borrascosa y desbordada de Brad Pitt como el novelesco Tristan, hasta la belleza salvaje del paisaje natural y moral que constituye la geografía íntima de su historia, estas leyendas del montañoso Oeste americano suenan como un coro del cielo crepuscular de sus imponentes imágenes gracias a la sensibilidad única de Horner, aun cuando muchos no quisieran entender al momento de su estreno (ni después) que la constante reiteración de su majestad sonora no sólo era el eco propio de una exaltación espiritual, sino además, y sobre todo, el origen mismo de los conflictos que los personajes llevan a sus límites como en una frenética danza de la lluvia o el teatro inédito de un Jack London o un James Fenimore Cooper --o, seguramente, los dos juntos-- ebrios del más impudoroso y áspero amor.

    

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