A
través de sólo cuatro episodios, esta producción de las televisiones
autonómicas de España --suficientemente digna de otras en el mismo rubro, entre
ellas la absolutamente memorable Goya (1986) de TVE-- consigue bajar (momentáneamente) al dios
del pedestal inalcanzable y mostrarnos el aprendizaje de un genio, nada menos
que el pintor más importante del siglo XX. La cronología observa en especial la génesis, concepción y frenética ejecución (durante casi un año) de Les Demoiselles d'Avignon, inaugural chef-d'oeuvre del arte moderno, cuyo origen prostibulario y primera recepción crítica positiva sirven de marco a la miniserie.
Dirigida estupendamente (cómo no)
por Juan Antonio Bardem --quien acababa de filmar su Lorca, muerte de un poeta,
transmitida en séis episodios en 1987-8--, y filmada en auténticas locaciones, seguimos el camino
trazado por el artista desde su descubrimiento de París, donde conoce a
Toulouse-Lautrec, y sus preliminares desventuras personales, como el suicidio de
su mejor amigo. Los conflictos con su familia (pobre de recursos, aunque su
padre había sido profesor en una academia de bellas artes) lo llevan
alternativamente de vuelta a Barcelona, y otra vez a París. Excelentes escenas,
como aquélla donde Picasso (el muy adecuado Toni Zenet) echa al fuego sus
dibujos para mitigar la dura inclemencia del frío en su alojamiento parisino,
confunden diestramente su dramatismo con otras donde, como la que tiene al
pequeño pintor admirando la nobleza de los pobres en una playa gastada de
tristeza, Bardem logra efectos cromáticos --en este caso, la humedad de un azul
característico del Período del mismo nombre-- comparables (salvando las insalvables
distancias de dimensión expresiva) en su eficacia a los ejecutados por John
Huston en su Moulin Rouge (1952). 4/5