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razones
Antes de filmar la excelente
novela de terror satánico --valga cierta redundancia-- Rosemary’s Baby para el
productor americano Robert Evans, Roman Polanski rodó en Inglaterra, Austria e Italia esta comedia muy
propia sobre vampiros que, claro, sólo podía ser diabólica. No la había vuelto
a ver desde los días de mi niñez, cuando me impresionó tanto, y de hecho los
resultados transmiten inmediatamente una ingenuidad conscientemente tonta, de
modo que no es nada sorprendente que una audiencia más o menos infantil pueda
ser el inesperado objetivo de un film que, por otro lado, no traiciona su
raigambre y obviamente contiene el sexo en particular y el pecado en general
legítimos de su especie. A destacar, pues que no a sacar la estaca debidamente
clavada a nadie (que estos cazavampiros son los campeones de la ineptitud),
además del estrambótico profesor Abronsius (Ambrosio, para el niño que alguna
vez la vio) y la adecuadamente pelirroja e idealizada Sharon Tate, las sumamente
tentadoras turgencias torácicas --y de otras partes también, que estamos
hablando de una bella mujer-- de aquella naturalmente fatal rubia Fiona Lewis (sobresaliente, incontenible en su personaje de criada de taberna), y,
en especial, las macabras armonías del pentagrama de Krzysztof Komeda, toda una
orgía de horror para el oído.
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