Samuel Fuller era un narrador de raza*. Escritor, director y
productor cinematográfico, se curtió inicialmente en el periodismo reporteril
(lo que dotó a su obra de una profunda inmediatez) y después en el arte de la
novela pulp (lo cual, a su vez, le instiló la capacidad para manipular el
sensacionalismo de la ficción con particular maestría). Además, como Hemingway,
vivió la experiencia liminar de la guerra, de la cual dejó un testimonio
crucial. Entre mis cintas favoritas se cuentan algunas de las piezas más
características (por logradas) de su carrera --Pickup on South Street, The Big Red One, White
Dog--, trabajos sumamente valiosos que ensanchan los márgenes del cinema en
cada visionado; y, sin embargo, Fuller no es uno de mis realizadores
predilectos: a diferencia de Kubrick, por ejemplo, encuentro su personalidad un
tanto demasiado dispersa para hacer de su filmografía una coherencia autoral
más allá de los géneros y/o las apuestas de estilo; o, simplemente, no sabe
conectar conmigo de la forma íntima, contundente en que un Kubrick sí (y uso el
ejemplo del autor de Full Metal Jacket conscientemente: de ningún modo ha sido
Fuller tan influyente ni parangonal, como algunos arguyen). De todas maneras,
su legado --pese a una apreciación de su figura que, como he apuntado, no
comparto, en los círculos más contradictoriamente esnobs/pedantes y
reivindicativos de la cinefilia-- es innegable. La siguiente es otra prueba: su
elegante y humano melodrama, apuntalado por la indefensión de la inocencia, acerca
de una prostituta (Constance Towers) que llega a una pequeña comunidad urbana huyendo de su
pasado, sólo para continuar su travesía de descubrimiento de un mundo fundado
en la falsedad, la hipocresía y la inmoralidad como ceguera práctica, gracias a
la cual se puede convivir con la propia cuota de monstruosidad. Sensacional
proeza cuyo indescifrable suspenso asciende casi soterradamente de escena en
escena, sobre un montaje entrecortado e instintivamente inquietante, desde los
planos mismos de probablemente una de las más sutilmente violentas,
provocadoras secuencias de apertura jamás fotografiadas.
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