La realización de
Pilar Miró (1940-1997) es exactamente sensible en este relato de las horas
previas a una complicada operación quirúrgica, de la cual dependerá el futuro
(o la ausencia de éste) de una exitosa directora de televisión (en plena
producción del Huis clos sartreano en el presente del filme) cuyo caro anhelo
hasta entonces era dar el salto a la pantalla grande --curiosamente, la futura
directora de TVE hacía en Gary Cooper su tercer título
cinematográfico. Su vida sentimental, con el novio (Jon Finch, el Macbeth de
Polanski) guapo y masculino, un periodista de El País tan egocéntrico y ambicioso como ella misma, le ofrece
pocos ánimos; por otro lado, tampoco es capaz de acortar la distancia que al
parecer siempre la ha separado de su rica y vanidosa, coquetamente vetusta madre.
Desde un solitario tocadiscos Alfredo Kraus canta, premonitorio, un aria de Werther
--el asunto de una próxima película de Miró--, mientras la mujer marcada por el
destino se sirve un trago en el antiguo vaso ganado en una subasta y luego
destroza un huevo crudo en la mano y también lo echa al lavadero --acaso los
gestos de esa elegancia sólo encontrada en el sufrimiento a que se refería
Hemingway. Precisamente, es la estrella de A
Farewell to Arms (1932) a quien
esta moribunda (¿?) atea eleva sus plegarias, a quien esta huérfana aún reticente
confiere los poderes paternales que, sobre Judy Garland inclusive, Norma Jeane
Baker otorgó a Clark Gable, no por nada tal vez un semental menos promiscuo que
el propio correctísimo Coop del ecran. La emocional labor de Antón García Abril
en la banda sonora, la efectiva y concentrada actuación de la galardonada Mercedes
Sampietro, y la permeable fotografía en color de Carlos Suárez ayudan a la
guionista y directora madrileña en una faena ha tiempo ya aplaudida. 4/5
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