jueves, 29 de octubre de 2015

Wonderwall (1968)


Antes de que los Beatles viajaran juntos a hacer meditación trascendental en Rishikesh --y de que filmasen su cameo "en carne y hueso" para el remate de Yellow Submarine--, George Harrison grabó, entre noviembre de 1967 y enero de 1968, entre Bombay y Londres, la música incidental de un film escrito por Guillermo Cabrera Infante sobre una idea de Gérard Brach, quien antes había creado The Fearless Vampire Killers con Jack MacGowran como héroe --MacGowran fue también uno de los soldados compañeros de John Lennon en How I Won the War (1967). En la película de nuestro comentario, interpreta a un científico de edad algo avanzada, excéntrico y un tanto misántropo, cuyo interés por una joven modelo (Jane Birkin) se torna cada vez más obsesivo y excluyente.


La chica es vecina del Profesor Collins, o, al menos, vive en el departamento contiguo, donde su novio, un superficial e inescrupuloso mod (Iain Quarrier, en la foto), que, tal vez más que a cierto músico de rock --¿Lennon, el superhombre lisérgico?--, recuerda a David Hemmings en Blow-Up (1966), en la cual Birkin tuvo una breve aparición. Cuando un agujero en la pared proyecta su danzarina silueta invertida, el profesor no puede resistir el deseo de ver a la muchacha, y Penny Lane --así se llama, qué esperaban--, cuya apariencia evoca a la Flora de Botticelli como pintada por Alphonse Mucha, empieza a ser soñada mientras asimismo sueña: con un empleo en la revista Vogue, con el amor verdadero, con el sentido de la vida. No obstante, la humanidad de Penny, sublimada a través del cristal de la soledad, apenas si alcanza a Collins, para quien es una musa romántica, una dama de rojo, una sirena de la psicodelia. En su delirio frustrado y autosatisfecho, al científico retirado no le queda sino agujerear el aire. El sueño debajo de los huecos practicados en el techo y de las vigas desnudas lo despierta, finalmente, a una realidad en la cual permanecer como un mirón pasivo no es opción.


Ver al Profesor Abronsius trepar las cornisas de su residencia de Notting Hill en frac y capa, cual un Dracula salido de la desesperanza, es un plus en este relato, cuya estética irónica, absurda y surreal, no obstaculiza el drama experimentado por su protagonista. Otras señas de nota son la inteligente relación dialógica entre parlamentos y técnica (por ejemplo, cuando le dicen al científico que no tiene color en el rostro, e inmediatamente se procede a fotografiarlo en close-up blanquinegro); el diseño atento a las referencias (escarabajos, san sebastianes y mariposas libres de Freddie Clegg, incluidos); la pictórica cinematografía de Harry Waxman, siempre plena de temperamento, y que aquí se ocupa de las células sanguíneas tanto como de las constelaciones del infinito. Además de Harrison (identificado con su MBE, acaso para disipar cualquier duda por homonimia  [¿?], como si el estilo hindú afirmando el flower power no fuera suficiente), Eric Clapton, sin crédito, participa en el score. Y mientras éste posee una dimensión avant-garde en su eclecticismo, próxima en su actitud a lo que Lennon plasmaría en Two Virgins (grabado en mayo de 1968, y publicado en noviembre al igual que el álbum de Harrison), la apasionante y funérea "Wonderwall to Be Here" es inmediatamente clásica, una intensa piece de résistance para las antologías. Richard Wattis --un poco menos afortunado en su jocosa labor en Play It Cool-- brinda una grave presencia en el rol de Perkins, el asistente laboratorista de Collins. 3/5

   

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