Basada en la celebrada novela homónima de Federico Gamboa publicada en 1903, esta película, dirigida por el galán del Hollywood mudo Antonio Moreno, inauguró el período sonoro en México. Luego, como es de esperar, la música incidental se limita a la presentación de créditos, y el uso de los intertítulos subraya la vecindad cronológica con el silente de una producción cuyo estilo es, virtualmente, el de aquel cine. De hecho, la puesta en escena y las actuaciones recuerdan en algo al Drácula co-estelarizado por Lupita Tovar el mismo 1931. Felizmente, Moreno muestra una mayor sensibilidad con respecto al asunto que le compete.
El título del filme contiene cierta ironía: "Santa" es el nombre de pila de una muchacha cuya excepcional belleza física la arrastra de los brazos de un soldado que la deshonra a los de los parroquianos de la casa de Elvira, un lupanar en las inmediaciones del Distrito Federal. Sus hermanos la maldicen, y la huérfana --cuya madre era la única persona en quien podía confiar-- compensa el vacío de su existencia con los fastos que le obsequia el ser considerada la mujer más hermosa del país. Lo que nadie sabe es que Santa le hace justicia a su nombre, pues se trata en realidad de una mártir del destino, la heroína sutil del más descarnado melodrama. Moreno y su operador Alex Phillips así lo reconocen, en fotogramas que aun adornan a Tovar, prácticamente con el corazón atravesado por espadas marianas, con la aureola de la justicia divina.
Lupita Tovar en la versión hispana de The Cat Creeps (remake sonoro de The Cat and the Canary), dirigida por George Melford y co-estelarizada por Antonio Moreno
El folletín es, pues, efectivo, con algunas imágenes de innegable sentido estético e, incluso, poesía. Tovar, en un papel que una María Félix habría dotado de natural intensidad, se desenvuelve digna y adecuada, mucho menos irritante y más equilibrada que en su trasunto de Mina Harker, provocando en el espectador la correcta dosis de compasión y simpatía por una persona que aprendió demasiado tarde una lección mortal que la vida le tendió cuando solamente era una niña. Mimí Derba, la madre de la Doña en Una mujer sin alma (1944), interpreta con autoridad a la madama Elvira, severo trasvase de la figura materna perdida. A despecho del escabroso naturalismo original de la novela de Gamboa, el filme concentra su atención en las sensaciones provistas por un guión simplificador, una ambientación que sabe contrastar el campo y la ciudad, la pobreza y la riqueza de sus escenarios tanto como las luces y las sombras de la fortuna. Quizá hay una pizca de demasiada blandura en los elementos y los procedimientos --aparte de Santa, ningún otro personaje es observado más allá de su apariencia, ni sirve como algo diferente de un mecanismo para describir a la protagonista o hacer avanzar la trama; y el pianista ciego, rival de un torero (otro) artificiosamente virtuoso, resulta quizá sobrado de patetismo en su bondad--, pero Santa demuestra que a veces no es necesario un villano de opereta ni las situaciones más rebuscadas para ofrecer un válido entretenimiento. 3/5